Destierro by Fernando Cruz Kronfly

Destierro by Fernando Cruz Kronfly

autor:Fernando Cruz Kronfly
La lengua: eng
Format: epub
editor: Sílaba Editores
publicado: 2020-11-25T00:00:00+00:00


Más de un sable, uno que otro tarbuch colgaban todavía en el perchero amarrados al cacho principal con el cordón de la chilaba. Viejas prendas que en otro tiempo pertenecieron a Nury y que Chafiha lavó año tras año una vez el pobre partió rumbo a la oscuridad en los vuelos de la peritonitis. Corrían los duros tiempos en que los amigos de Jerala fumaban tacos de dinamita en las tabernas, aburridos de jugar a la ruleta rusa sin que sucediera nada. Años después, el Habibe comprobó cómo en el encielado del “Bar Centenario”, intactos se cubrían de polvo los pedazos de cráneo de Palau, quien se había fumado hasta la ceniza un taco de aquellos, abrazado a una botella de coñac mientras veía salir de la rocola los personajes de “Muñeca brava”. Por aquellos días permanecía en pie todavía la casamata construída por Defajla en Piedra de Moler para el secado del tabaco, en las vegas de arena del Río de la Vieja. Muy cerca de Cartago, ciudad donde Nury se estableció y abrió al público por primera vez su almacén de sedas, antes de mandar traer a mis abuelos. Ahí están a la vista las fotografías de aquella época de esplendor, decía Chafiha: este álbum debe ser repartido equitativamente cuando yo muera.

Durante años el maíz y el trigo se amasaron en la misma mesa, debido al sincretismo que borra todo límite. Los despojos de los corderos cayeron en la misma oscuridad que se apoderó de las vísceras de los armadillos y el ouúd de cejas de cepillo gimió en las noches al pie de la guitarra de tabique de águila pulsada por don Tangarife, Jerala a la trompeta. Tío Nury, el hombre ejemplar, resultó sorprendido por el fotógrafo alguna vez, doblado encima del ouúd en pose que devino histórica. Naim quedó congelado en el violín y Tangarife se vio para siempre encarnizado en la guitarra, con su pata pelada y sus uñas de guagua. En el fondo, contra el gobelino, Jerala alzó la copa repleta de aárak destilado en el iddri de Morad y parecía cantar en el instante en que soltó la trompeta y Ádel lo abrazó y puso la cumbamba encima de su hombro, pensando en la posteridad. El mercado de la meddina de Damasco persistía en la memoria de todos y las lámparas de cobre del zoco titilaban entre el bullicio de los vendedores de suz y los pellejos que flameaban colgados de los ganchos, a la salida de las curtiembres que los moscos convertían en concierto. ¿Cuántas personas en realidad habitaban en el Habibe y cuántas voces no pasaban por el aire que peinaba su cabeza? Aun así, el Habibe se mantenía único y no sabía qué hacer con semejante cantidad de sabiduría a cuatro manos. Algo que Manzana tampoco parecía estar en disposición de valorar.

Babeó el piso, pisoteó encima, lo estropeó todo con su desespero disfrazado de grosería. Y relincha. No es ésta una metáfora, puesto que en realidad el Habibe relinchó y



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